Porque es demasiado lo que tengo que decir, y no sé si seré capaz de resumirlo, además los carros pitan mucho, no me concentro, llego muy cansado del trabajo...
Porque hace calor, porque hace frío, porque no tengo ganas, porque hay ruido, porque no saco tiempo o pierdo mucho mí tiempo. Por mil cosas,
menos por no tener temas.
Pero ese corto quizá sea por amaño o cortesía, pues
para historia su vida misma: un hombre grande (1.85 mts y 83 kilos), robado
varias veces por los ladrones comunes del centro de Bogotá, que correteó
ladrones, que atrapó ladrones. Un hombre que vendió arepas y pizzas, aguantó
hambre tras un sueño: el de participar como actor en la televisora nacional; y
lo empezó a intentar dejando a su familia e hijo en Cali. Que contó cuentos en
los buses para ganarse la vida, al lado de sus amigos de aventuras, que cerró
faenas en noches frías con largas caminatas y un solo café. Luego tuvo otros
dos hijos en Bogotá sin mediar la situación, con una esposa del tamaño de la
mitad de su estatura.
Un hombre con perfil de galán y, según sus amigos, excelente
actor, digno de cualquier papel protagónico, estudioso y laborioso, que hizo talleres
de dramaturgia y dirección, que acumuló como experiencia cantidad de papeles secundarios
y extras; lo máximo que obtuvo al final de este camino, fue una grosera propuesta de parte de un
director de televisión (y digo grosera no por el aspecto homosexual sino por el
vil chantaje). Mi hermano, un gran actor que no logró despojar de su libreto a “terriblemente
malos” actores, amigos o familiares de la “rosca” televisiva capitalina.
Entonces más bien se decantó, este luchador, como realizador de televisión,
lo que le valió la contratación por parte de RCN. Desgraciadamente por poco
tiempo, pues a poco de comenzar su carrera, yendo en su flamante moto nueva, en
una curva de la carretera que de Bogotá conduce a Fusa, un camión cesó sus días.
Dejó un seguro que bien podría haber arreglado la vida de
dos familias. Firmó una historia sin saberlo.”
En cada instante de nuestras vidas nace, transcurre o se cierra
un cuento, una historieta. Mil historias se entrecruzan, unas duran un momento, otras, varias
generaciones. A la vuelta de la esquina o partir del encuentro con un amigo
nace una, si quieres, si la escribes. Sin embargo, una historia puede
convertirse en paja sino desencadena una trama inquietante y cierra con un
final demoledor.
Porque la vida misma lo enseña y la literatura simplemente
propone un lápiz, una hoja y un montón de ideas en desorden.
Luego, aparte, vienen los maestros, como de otro mundo, que,
por ejemplo, rompen cualquier lineamiento literario tradicional en una suerte
de proezas narrativas y/o cronológicas y nos trasladan a la última línea de la historia
en “par patadas”, sin ser consientes que se nos ha quedado la boca abierta. A
esos los alcanzaremos en una dimensión desconocida conscientemente.
No he escrito porque
no se cual es el mejor momento del día para escribir. No escribo mi primer
libro porque requiero un mes libre, con comida, hospedaje y deudas cubiertas,
en una cabaña apartada. Para qué escribir mi primer libro si quizá ningún
editor se interese y habré perdido mi tiempo. No lo haré porque me enfermo de
la espalda, el café me molesta el estómago, estaría retirado muchos días de mi
familia, me joderé la vista, no habrá mujer que me soporte. No escribiré mi
primer libro por otras 80 razones que puedo argumentar, cada día pienso en las
razones, hasta podría escribir un libro sobre ellas.
De hecho llevo 12 meses escribiendo un aburrido libro de marketing,
y en el proceso se han desencadenado varios ramales de historias y personajes,
no tan técnicas e industriales estas, no tan ortodoxos ambos. Pero algunos “desvíos”
creativos podrían dejar perplejos a los guionistas de SAW y a los mismísimos desorbitados
y razonablemente censurados serbios. Textos que me abruman, aturden mi mano escritora
y frenan varias de mis herencias. ¿¡Y no era un libro técnico, acaso!?
¿Has llegado a llevar la pluma a un sitio donde te sorprendas
a ti mismo?
Si la respuesta es sí, entonces, déjame decirte, amigo, que aunque
no hallas escrito el primer libro, “eres un escritor” Solo que de una especie rara, algo así como “un
novio que no se ha acostado con su chica”.
No basta con que estés sin trabajo y decidas aprovechar el
tiempo, que es un lujo (el lujo de los millonarios no está en la abundancia
económica sino en el caudal de tiempo que poseen). Las musas no te visitarán
por lo vago, pero tampoco por lo juicioso y ocupado. Las musas ni siquiera
dependen de lo demacradas que tengas las neuronas ni, por el contrario, de la
vitalidad de estas. Yo diría que las musas hacen la visita al escritor de turno a su
antojo, y tienen preferencia por el autor que cambió sus noches y días de diurnidad y nocturnidad, por sesiones
de vigilia extendida y de noctambulismos desmedidos. Cerebros que, libres de
toda necesidad típica, entregan cuerpo y alma del escritor a una natalidad de historias
que mezclan su truculencia con la de ellos mismos.
Son más bien un poco ciegas, las
musas, se dejan llevar solo por la chispa pero te acompañan hasta que tu frente
caiga estrepitosamente sobre tu antebrazo o sobre el teclado, dormido o muerto.
No puedo escribir por
100 razones que mi mente se empeña en ofrecer como disculpa.
Haruki Murakami, exitoso
escritor japonés, decía: “Hace falta fuerza física, literalmente, para abrir y
cerrar la puerta”, refiriéndose a la necesidad que él tenía, pero tampoco le
resultaba sencilla, de abrir y cerrar la puerta de su estudio “y la puerta mental”.
La proeza de separar esos personajes y avatares, historias, en su mundo apartado
y mantenerlos reservados para cada día.
Escritor, entonces, ¿qué haces con la sensación? ¿Qué haces con las
musas que comparecen, les dices que vuelvas más tarde?
De la misma
manera en la que no sería lógico que aspiráramos como pintores a colgar nuestra
primera pintura en el Museo Louvre, tampoco es lógico que deseemos publicar satisfactoriamente
nuestro primer escrito. Es paja que el escritor anhele.
Y no creas que hemos avanzado en las deducciones, no creas que te voy a hacer un aporte, al
acercarnos a este pie de página, no soy un escritor; recuerda que esta es una muestra, ínfima,
del por qué yo no escribo mi primer libro. Muestra de la cual solo queda una única,
y asoladora, enseñanza: cuando logre escribir mi primer libro, incluso si la
suerte me fuera prominente en lo económico, solo habré alcanzado a amarrarme,
con la más dura cadena, a un segmento de todas las historias y dificultades de
mi vida.
Ales Gutiérres
No hay comentarios:
Publicar un comentario