8 de septiembre de 2012

Acto, cuerpo y piel

El acto, que comprende un combustible de altísimo octanaje, fogonazo veloz; la vida, que se enciende así misma y se consume sin reparo cuando emprende su inefable camino la llama que se ha forjado con la muerte del candor, y lo arrasa todo; primero la clara visión de la razón y luego lo demás, el inmenso orgullo y la distancia, todas las predeterminaciones, todos los prejuicios.
Cuando arde la piel, cuando suda la carne, son momentos de incendio fatal, se desvanece la visión, toma el mando la piel, reina resbalosa, galopante y pertinaz; arde la piel, siempre la misma, buscando el consumo mordaz de su existencia, agotando las notas más bastas del sonido, azotando a la arrogancia y al desazón, asumiendo irrevocable su concupiscencia en el amor, desarmando toda lógica y hasta invocando territorios del desdén. El cuerpo, sube al cielo en rasgos infernales y se desata en vuelo candescente traspasando firme como brazas flameantes toda nube y todo sol, todo tiempo; la piel, se desplaza inhumana atravesándose entre sí, inundándose otra vez, recuperando espacios, atrayéndose imperiosamente, aprovechando la irreverencia y el insoportable ardor, ocupando al otro en frenesí, centralizando los 5 sentidos, puntualizando en lo incauto, recordando el frio efímero pretexto del abrazo, el desespero de ti, el ansia por un torrente impío y delator del sonido más sempiterno, crisis del latido, crisis del corazón.

Ales Gutierres