Palamós, enero 05 de 2009
Una campanilla no para de sonar allá, a media distancia; donde están anclados algunos barcos y otros se bambolean. No se lo que esto significa. Miro los surferos ataviados entre el oleaje, huyen parece, de la inminente lluvia. El mar sereno. Complejo de campanilla. Pesqueros que chorrean oxido van entrando escoltados de gaviotas, oleaje y unos veleros a la distancia. Ahora otro banco hace entrada, menos oxidado. Deja de llover, solo aterrizan minúsculas gotas que casi no mojan mi chaqueta, mi cuaderno si. El herraje de una pequeña bandera blanca golpea imparable un poste cercano: la campanilla.
Muchas gaviotas esperan sobre los edificios a que les den pescado, o migas. ¿Quienes? Los guiris que en invierno no se aparecen por estos lares. El mar está abandonado a su suerte, no tiene ni un turista que le arroje sobre la arena una lata de cerveza para intentar alcanzarla con sus manotadas saladas. La espuma que incesantemente repite, la estela de palos, algas y conchitas rotas es mi paisaje esplendido. Todavía no puedo creer que un jueves a las 4 de la tarde en solitario sobre alguna playa de Costa brava deliciosamente yo me encuentre desdoblado y deshabitado del barullo mental-social que acapara normalmente mis horas. No hay autopista, policías, vados, peatones, coches, jefes, hombres en mi hábitat temporal. Me habita esta bruma mediterránea de final de invierno, me cobijan en este agradable frescor varias toneladas de nubosidad amenazante.
El viento sopla hacia otro lado, la campanilla descansa. Pienso, mi pensar es de persona normal, de un ente social igual a otros tantos millones. No he mirado la arena, tal vez es como el libro que quiero escribir: millones de granos como letras que no quiero o no puedo juntar. Leí que un géminis es eso: pereza, levedad, facilidad; entonces porque será que no pienso “fácilmente” que escribir no tiene importancia, que hacer libros es un acto de pesadez, que las historias que son tan largas como importantes, pues deben ser esto, cortas y leves precisamente . Tal vez algún día cuando haya juntado casi el doble de edad quiera recoger mis mil y un mini fragmentos y editar una hipérbole llamada Ales Gutierres.
La luz se va, contraria al oleaje cada vez más insistente. Las olas son como mis grandes ideas; intentan llegar pero al fin se convierten en ritmo.
Cuanta falta me ha hecho el mar. Me acuerdo muchísimo de Carol estos días. A Carol le encantaba San Andrés. Si yo fuera Dios le regalaba la isla de San Andrés a Carol, ella se lo merece.
Millones de personas me asolan estos días. Quisiera que fuéramos menos. Quisiera que fuéramos un barrio, una mini sociedad. Pareciera que quise haber nacido en tiempos anteriores.
La penumbra del mar lejano y profundo parece volverse real y cercana, mi chaqueta se humedece, miro atrás, la penumbra de la sociedad también se opaca y me llama con unos amarillos haces, ojos de luz muerta que me obligan a correr hacia ella.