13 de junio de 2017

EL PRÍNCIPE QUE NO AMABA

O el Príncipe de Roma

Un día llegué a un país al parecer llamado “roma” para conocer a un ser que le llamaban príncipe. No se cómo fui a dar a esta nación, pero fue maravilloso y no deseé volver a cerrar los ojos después de esta experiencia única, decidí probar y sentir cómo mandaría este excelente ser. 

Si, definitivamente era muy raro el letrero puesto en la puerta de entrada: “roma” Y yo me preguntaba ¿cómo lo hace para ser amado por todos? ¡Qué suerte tener este reino! Pasaron unos días desde que llegué a la región, pero al parecer no era fácil acceder a la lista de visitas del mandatario. 

Un buen día, estando en la posada que me albergaba, me sorprendió en mis aposentos cuando fue lanzado por el quicio de la puerta una bolsa con un objeto largo; y para mi sorpresa se trataba de un rollo amarrado y sellado, se apreciaba como un mensaje importante. 

Entonces saqué el pergamino enrollado, tomé con el grueso tacón de mi zapato y de un golpe quebré el sello de lacre, abrí el rollo y vi que se trataba de un mensaje real proveniente del castillo, que decía: “Si es de su deseo entrevistarse con el supremo príncipe, preséntese sin falta y puntual en las estancias en el día de mañana” 

Y fue así como más temprano que tarde estuve frente al gran y pesado portón de madera rústica y hierro colado, el cual en tanto me acerqué, se hizo chirriar sus bisagras para permitirme pasar, no sin helar mis huesos observando frente a mí, serios soldados protegidos con escudos, cascos y espadas, y a lo lejos peligrosos arqueros apuntándome como prevención.

Luego de la plaza interior crucé los standartes con banderines multicolores y símbolos del reinado y me dispuse a entrar a un inmenso e impresionante salón. En el fondo donde se perdían las líneas de la baldosa de ajedrez podía divisarse un trono muy decorado bajo inmensos cuadros familiares. 

Fui caminando, y al acercarme frente al gran trono donde se encontraba cómodamente postrado el príncipe de “roma”, hallábase un butaco simple, burdo y pesado de madera, al parecer dispensado para esta visita menor.

El príncipe muy seco y sin saludar, empezó su diálogo:

- Estoy inconforme con mi reino y he sabido de su don, un arte para mi muy parecido a la magia. He sabido que usted con poco hace mucho, que usted sin poseer nada sabe de felicidad y otras veces sin ser feliz la genera en otros. Creo que usted, señor, está un poco loco, sin embargo es mi premura reinar más y mejor. Tengo que decirle que no me son suficientes mis territorios mandados, no es suficiente el amor que me profesa mi pueblo, no es suficiente todo lo que les doy, no es suficiente el sol y las lluvias que me rodean, el arco iris no alcanza a decorarlo todo… y no puedo dormir bien. Y mi padre el rey no hace más que estar allí pasivo sentado todo el día, porque según el todo está hecho y todo está bien. Para mi no, y quiero incluso llegar a ganar más poder que el. Dígame señor usted ¿qué tiene en su maleta que me sirva? y le advierto de principio, sea breve y concreto que no tengo tiempo para perder… odio los embustes y de hecho a un plebeyo como usted anteriormente mandé a la horca cuando me enteré que profesaba inocuas prácticas espirituales falsas, que no son permitidas en mi reino; pero me han dicho que usted hace feliz a quien le rodea con dos palabras y eso debo probarlo.

- Me quedé estupefacto viendo hablar de manera tan copiosa al príncipe, y no podía salir de mi parálisis pensando que tenía una horca ganada si no le daba una respuesta fiel, efectiva y contundente. Sin embargo y temblando, le respondí: es menester mío mi estimadísimo prócer, complacerle, sin embargo he de decirle que no tengo ninguna máquina, ficha, herramienta ni receta con lo que pueda lograr lo que me pide, objeto que sería tan magno como usted. Y el rey me contestó un tanto mal encarado.

- ¿Me está usted adelantando que es capaz de hacer feliz a un plebeyo y no a su máximo exponente en este reino? ¿Me está negando la grandeza de su fórmula desde la simpleza de lo que usted vale?

- Claro que no mi estimado mandatario, deseo de todo corazón responderle benévolamente, sin embargo, no me es posible contestarle… -Allí me interceptó!

- ¡¿Insiste en negarme su sapiencia y sus habilidades, indigno, las que gratis otorga a los más zarrapastrosos?! –Dijo regañándome de manera directa

- Intentaré explicarle y perdóneme usted, no soy ni un magnate de la alegría ni para mi mismo, solo observo y digo, y son la gente y la vida los que ejemplifican. Déjeme contarle una pequeña anécdota solo de ayer: Pasaba por la plaza vi un hombre desposeído de sus miembros que ante la carencia de sus manos completas, cortaba y tallaba piezas de madera para armar carruajes, preciosos juguetes para los niños. Habría que ver tan divertidos y útiles objetos que este hombre entre bromas y risas iba fabricando con sus pies, mientras los niños y padres le observaban.

Para mí era la felicidad que se despliega simplemente sin conciencia de lo material. Y así lo dicto, nada más mi príncipe. El príncipe entonces respondió, tranquilo, pero observándome con la mirada diagonal y alargada.

- Intentaré no tomarme esto como un acto de irrespeto o una subrepticia intensión de decirme que el príncipe no observa, o que no es hábil.

- Y yo le contesté preocupado y apresurado: Por supuestísimo que no su majestad. Si usted y su alcurnia han ganado y mantenido tan magnas propiedades y poder es gracias a sus habilidades en estrategia militar e inteligencia, no obstante si usted me pregunta por su felicidad interna, he de decirle que yo observo algo muy simple, sencillamente que cualquier habitante de su reino, rico o pobre puede palpar la abundancia de la felicidad que sin riqueza material puede sentirse.

- No se si nos estamos entendiendo brujo enredador. Aun no estoy convencido de que tus palabras estén orientadas o sean orientadoras, para mi es claro que moneda sobre moneda hace riqueza y nada más, pero no entiendo y quizá me puedas dar una pista como es que con 10 mil soldados, 40 millones de ladrillos que arman mi castillo tejido con toneladas de hierro que cubren cada agujero y cimiento, territorios hasta donde alcanza la vista, oro, plata, bronce y cobre, ríos, lagos, animales y gente, alianzas entre gobiernos, dignos amigos y algunos pocos enemigos venidos a menos, pueda yo desposeer algún tipo de riqueza y felicidad.

- Y le respeto y le admiro si usted me lo permite mi ansioso primogénito del magno, si usted mira su padre adonde ha llegado y llegará gracias a su sabio paso, usted obsérvele después de mil batallas, que incluso él, sonriente está. Quiero invitarlo, joven hijo del vencedor, a que una mañana usted mismo se mire al espejo sin más y sin ropas encima, piense si la felicidad le huye o sigue ahí, escuche su corazón latiendo y admire la belleza no de sus propiedades sino de su ser, lo invito a que en la noche lo repita antes de introducirse en su aterciopelado lecho para dormir, imagine donde va la abundancia mientras usted está dormido. Imagine por un momento que dormir es un viaje que realiza a un sitio donde no hay nada, donde a usted le toca sin ninguna posesión reír o llorar.

Déjeme decirle que allá, sin embargo, todo sentimiento de abundancia se da inmaterialmente. Allá donde se traslade en sueño o muerte, usted solo y sin consorte, la felicidad le va a acompañar. Mi máximo ordenado, usted verá qué hace conmigo, si crucificarme o darme una sonrisa y un pedazo de pan para este día pasar, o llevarme a la horca, de todas maneras otra dimensión donde llevaré conmigo sin que nada pueda evitarlo mi inmensa felicidad.

Ahora si me lo permite me retiro… ah! lo último, decirles a sus cerrajeros y carpinteros que el letrero de la entrada se está cayendo y lo tienen que voltear.

Ales Gutiérres 

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