20 de diciembre de 2013

Todos queremos salir corriendo

Y esas recurrentes intensas ganas de salir corriendo, gritando o sonriendo y caer arrodillados bajo la lluvia con las manos abiertas mirando hacia el cielo, y no precisamente por una tristeza o una alegría, sino simplemente por emociones sin asidero que no encuentran por donde aventarse, emociones de ser humano, o hasta de animal, podría decirse, pues carecen de raciocinio alguno, la diferencia solo la hace esa posibilidad de gesticular y armar drama, de armar poemas completos con la cara, cosas que los también emocionales animales, quizá raramente, expresarán.

Por tanto, diría yo, somos: primero animales con un complejo sistema parlante, segundo animales poetas y sentimentales, y tercero, en menor cantidad de veces, seres racionales.

Pero si, parece que es bonito ser extra expresivos, emocionales, por lo menos ello derruye los sistemas aunque sea por breves momentos.

Pero también estas emociones, algunos actos venidos del mismo origen de estas emociones, lapidan alma y cuerpo, el propio o el de otros, somos adversos pero nunca contradictorios, digo yo, somos lógicos seres emocionales “de Dios”.

Por eso he dicho antes, somos en extremo animales, y agrego, quizá somos más bestias expresivas que animales pasivos, es decir, quizá me equivoque, entonces, en el orden planteado al principio.

Posteamos múltiples fotos queriendo demostrar “a un alguien” “algo”. Estoy seguro de saber el alguien: nosotros mismos, pues nada más nos importa de manera más sensata sino lo que pensamos.

Aunque nos digan que nos luce el color rojo, y nos convenzan de usarlo, por dentro seguiremos sin convencernos.

Pretendemos hacer creer que vivimos de los demás, pero podemos atentar contra el prójimo decididamente, si nos lo proponemos.

El ciclo rotativo de la tierra nos permite cerrar secuencias cortas, dormir y regenerar las energías, y es una oportunidad que muchos aprovechamos, de hecho es vital, sin embargo la memoria vuelve y nos embarga con cúmulos de recuerdos que también traen a colación las sensaciones, porque nuestro cerebro sirve para recordar olores, sabores, atracciones y pasiones, entonces aparecen los vacíos: me hace falta esto o aquello, me merezco esto o lo otro, porque este o aquel no está a mi lado.

Con el paso de los años vamos ubicando los sentidos y el producto de ellos en sus respectivos puestos, cada vez mejor catalogados.

Y en esa medida podemos descartarlos o usarlos más a fondo, incluso nuestra confianza es amplia y descarada y podemos traspasar nuestro cuerpo y alma con las emociones como con fieras saetas. Podemos ir y venir del infierno usando calcetines de experiencia.

Llegamos a necesitar firmar nuestros deseos y sentimientos escribiendo papelones como este, pero en cualquier momento podemos aparecer como fieras enloquecidas deseando romper el papelito para no dejar huella.

Igual que quisimos profundamente, deseamos después olvidar profundamente. Somos seres inmediatos con extra-recursos del recuerdo… o viceversa, no sé.

Queremos saltarnos la Navidad o vivirla, quizá mejor sufrirla, así, con todos sus avatares y promesas rotas que no queremos recordar, para tener más fuerza con las nuevas. “Algo nace” y sentimos la necesidad de renacer, desear, volver a empezar.

Tenemos, a pesar de todo, un pequeño deseo de ser perfectos y no morir ni matar.

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