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Un día me despertaré tarde, mientras el sol entra por las ventanas de mi casita blanca levantando las cortinillas de lino. Me levantaré sin preocupación y, sin lavarme la boca, me pondré un café. Tomaré el platito con una mano y la taza con la otra y saldré a la terraza para apreciar la colina entera, el barrio blanco y el mediterráneo infinito, mientras la brisa desparpaje mi cabello cano.
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Un día abriré los ojos, suavemente, esperando que mi vista sea clara, miraré alrededor de la habitación, me encontraré con la luz de la ventana manchando diagonalmente la pared y pensaré: hoy es día de visitas. Y esperaré muy tranquilo que llegue mi hijo con las flores.
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Un día abriré los ojos, ya sin sobresalto, con el chasquido frecuente del palo sobre las rejas, me incorporaré realizando rápidamente unos cuantos ejercicios y me dispondré como cada día a realizar mis tareas obligatorias carcelarias.
Ales Gutiérres
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