8 de septiembre de 2013

Ser la imagen imaginada

He cambiado la imagen que imaginaba, que me guiaba; ahora se trata de algo más establecido, como de una torre que se ha construido, es más, se trata como de algo que no se puede
derrumbar fácilmente, hasta llegado el día del fin.
O más bien es como si se tratara de una planta alta muy enraizada. Y no como una palmera curva que se bambolea, no, mas bien como un arbol que ha ido creciendo en sus raices, creciendo en su tallo y creciendo en su follaje.
Como un arbol que representa en sus ramas y hojas una fortaleza adquirida, que posee un tallo y hojas acordes a su enraizado y que no aumentará su follaje más allá de lo que soporta su tallo en medio de las tormentas; como no extenderá su altura más allá de lo que sus raices soporten con comodidad.
Un arbol con la tesitura normal de su adn, con sus características, aspecto y fuerza correspondientes con su raza. Pues nadie puede crecer siendo otra cosa distinta, ni aguantar los embates taciturnos y diurnos dejando de ser lo que lleva en su corazón.

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