19 de diciembre de 2011

Entre pakis y putas

Cansado de ser transeúnte, decidí, porque el cuerpo quiso, adorar los países pequeños, de seres alegres que vagan en medio de la muchedumbre global, como espíritus de placer en sí. La gente del mercado que no habla bien ningún idioma pero los saben todos. Que se reservan a su casa, a su sueldo, a su pensión y a la espera de la siguiente temporada de robellones, de caracoles o de calçots.

La calle Hospital, la Ferran, La Boquería, Las Ramblas
-¿Cuánto me vale la cerveza? -3 euros. -Entonces ya está, cóbrese. Sin embargo, montones de restaurantes que dan ganas de sentarse a comer, bares que se tornan más acogedores con el frio invernal. Tapas andaluzas “pagadas”, pinchos vascos y mucho más. Ah... también pakistaníes vendiendo miles de móviles baratos, y putas por doquier, en el Raval.

Barcelona siempre ha sido agreste. Otrora Las Ramblas fue cadalso, muestra de muerte y vergüenza, pero luego también de orgullo. Pasaron años y cuantos desearon caminar por dichos adoquines llenos de sangre e historia. Hoy solo hay turistas como hormigas comprando la camiseta del Barça y algunos antiguos dueños de azoteas, catalanes o no, con mansiones solapadas. Los más despabilados vigilan sus bolsos contra carteristas gitanos rumanos o marroquíes. Algunos policías de paisano regulan la situación para que los “giris” puedan comerse su paella en plena rambla, plato que estiman típico y deben probar “a cualquier precio”.
    
Manuale d’amore 2, El perfume y Vicky Cristina Barcelona, algunas de las películas grabadas en Barcelona, la ciudad Condal… devenida de los condes de Aragón. Barcelona la que ha dejado de ser noble en todos los sentidos; eso si Barcelona trepidante, uno de los vivideros más atractivos del mundo, más llenos de cultura, vividero de ricos y famosos, vividero al fin. Barcelona casi mejor que Madrid, Barcelona casi como París. Grande Gaudí que abrió el turismo, y hasta Miró. Cien cosas “donan preu a la ciutat”. 

"Barcelona és bona si la bossa sona" 

Decidí ser transeúnte de países pequeños, he huido de entre las multitudes del paso gigante de los mercados, del comercio colosal, pero como pobre que he sido no sirve de nada correr como hormigas de tan magna pisada. Siempre hay un plato caro que pagar en la ciudad condal y un baño en donde no puedo cagar sin haber pagado. Es mi culpa, la idea de ser especial me persigue, la idolatro, y vuelvo a caer. Soy como un barrendero en las afueras del palacio de Mónaco, le tengo cerca, brilla ante mis ojos, pero no lo puedo disfrutar.

Me quedo con cositas bellas catalanas, quizá aquí debo morir, vibrando con un Castell, tal vez tomando un café americano en Figueras o viendo las olas estrellarse en Sitges. Barcelona se prostituye, se reparte entre todos, no me es fiel. Me quedo con Rupit en otoño, me deslumbro con Tarragona en verano o me voy a escribir a Begur y Palafrugell.     

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